Lucía Cao Fernández.
Diplomada Universitaria de Enfermería
Asturias.
La Prevención de la Salud se define como cualquier medida que permita reducir la probabilidad de aparición de una afección o enfermedad o bien interrumpir o aminorar su progresión. Last, define la prevención como “Acciones orientadas a la erradicación, eliminación o minimización del impacto de la enfermedad y la discapacidad”11.
Prevención primaria: su objetivo es disminuir la probabilidad de aparición de la enfermedad, por lo que se quiere conseguir una reducción de la incidencia. Como acciones ejecutables a este nivel están la inmunización y la quimioprofilaxis tanto en niños como en adultos11. En el tema del presente trabajo, en este nivel entraría el ejercicio físico como medida de soporte para evitar futuros problemas que traería consigo el sedentarismo. Cuando los niños incluyen en su rutina diaria una alimentación adecuada y actividades deportivas disminuye la incidencia de patologías como las cardiorespiratorias, dislipemias, Diabetes Mellitus, síndrome metabólico, hígado graso, etc.
Los profesionales que trabajan directamente con niños (pediatras, enfermeros y profesores) han de desarrollar campañas de prevención, desarrollando actividades de apoyo, refuerzo e identificación de grupos de riesgo para una rápida identificación de estos menores.
Prevención secundaria: su objetivo es la interrupción o enlentecimiento de la progresión de la enfermedad después de que esté presente. Las dos grandes acciones que se realizan son el diagnóstico y tratamiento precoces para conseguir una disminución de la prevalencia11. Volviendo a nuestro enfoque, desde una perspectiva para disminuir la obesidad infantil, podemos incluir a este nivel tareas encaminadas a la detección de niños que presenten un elevado IMC (Índice de Masa Corporal) para tomar medidas y tratar de restablecer o de educar en una alimentación saludable y evitar el sedentarismo. Todo ello se ha de hacer desde los tres pilares básicos que son la familia, los centros de salud (pediatra y enfermería) y los colegios.
Prevención terciaria: su objetivo es retrasar el curso de la enfermedad y las discapacidades que pueda producir11. Quizá este nivel vaya más encaminado a adultos que ya presentan patologías crónicas debido a su situación de sobrepeso u obesidad.
En el presenta trabajo nos vamos a centrar principalmente en la prevención primaria y secundaria para realizar un análisis de la importancia de una educación en estilos de vida saludables, tanto en alimentación como en cuestiones de actividad física.
La prevención primaria y secundaria mediante la educación en temas de salud alimentaria y actividad física tiene como objetivo que los niños se vuelvan competentes para gestionar adecuadamente su propia alimentación y así gozar de un buen estado físico. Es importante capacitarles para que sean capaces de discernir qué alimentación, y que actividad física les conviene; y cómo repercuten estos dos factores en su salud general. Se trata de alejar a los niños de modelos sociales de alimentación inadecuados, generados muchas veces por intereses particulares; y de crear una actitud crítica que puedan utilizar para buscar lo más saludable y discernir la información correcta de la incorrecta4.
Para poder llevar a cabo una correcta prevención secundaria, o en otras palabras, para detectar de manera precoz estos niños y niñas con problemas de sobrepeso u obesidad, y tomar medidas en consecuencia, es importante que su entorno más cercano sepa detectarlo.
En este sentido sorprenden los datos arrojados por un estudio realizado sobre la percepción del sobrepeso y la obesidad que tienen los progenitores sobre sus hijos.
Es un estudio trasversal con 1.620 niños de 3 a 16 años seleccionados en un muestreo por conglomerados. Del total de 1.620 encuestados, 824 (51,1%) presentaron normopeso, 263 (16,3%) sobrepeso y 191 (11,8%) obesidad, obteniéndose por tanto una sobrecarga ponderal en 454 (28,1%) niños6.
En los 454 niños con sobrepeso y obesidad, los padres percibieron en un 34,7% de los casos el sobrepeso y en un 72,3% la obesidad en sus hijos varones, mientras que en las niñas solo se percibió en un 10,8% y 53,8% respectivamente. Los padres obesos percibieron un 54,5% del sobrepeso y obesidad de sus hijos varones frente al 41,0% detectado por los padres con normopeso, y un 23,8% frente al 35,4% de la sobrecarga ponderal de sus hijas. Las madres obesas identificaron mejor la sobrecarga ponderal en sus hijos varones (57,7%) frente a las madres con normopeso (42,9%). En el caso de las niñas no existen diferencias en la percepción de sobrecarga ponderal entre las madres con sobrepeso (27,8%) y las madres con normopeso (26,1%)6.
Al analizar la percepción de sobrecarga ponderal dependiendo del nivel de cualificación profesional de los progenitores, se obtuvieron los mayores niveles de percepción en los directivos (47,1%) frente al 38,3% de los trabajadores no cualificados. En las madres se obtuvieron un 31,3% en directivas frente a un 40,3% en las amas de casa6.
Por otro lado se analizó el tiempo diario dedicado a actividades físicas activas (caminar, prácticas deportivas, etc.); fue de 83 minutos en varones con sobrecarga ponderal no percibida por sus progenitores y de 81 en los que si era percibida. En el caso de las niñas la actividad física fue de 69 y 74 minutos respectivamente. Con respecto a la intensidad del ejercicio físico sólo encontramos una mayor actividad física moderada (34,4%) cuando los progenitores identificaron la sobrecarga ponderal en sus hijas (frente al 30,8%) no observándose diferencias significativas en el caso del varón6.
Al considerar conjuntamente los criterios que determinaron el cumplimiento de las recomendaciones de actividad física (tiempo por intensidad), se observó cómo la percepción del sobrepeso y la obesidad aumentó su cumplimiento sólo en los niños de 3 a 6 años (77,3% vs 67,5 en los niños de 3-9 años, y un 55,6% frente al 47,5% en el caso de las niñas)6.
Los progenitores perciben el problema del sobrepeso y la obesidad de sus hijos en algo más de la tercera parte de los casos, siendo ésta percepción menor cuando la sobrecarga ponderal se da en las niñas. Parece existir consenso en el hecho de que si los progenitores son obesos tienen una mejor percepción de la sobrecarga ponderal en sus hijos, aunque sólo en el caso de sobrecarga ponderal en los niños varones. A diferencia de lo encontrado en otros estudios, en los participantes de este estudio, el nivel educativo de los padres aisladamente no mejora su nivel de percepción o identificación del sobrepeso y obesidad de sus hijos, observándose por el contrario una relación inversa6.
Uno de los datos más significativos es que, en contra de lo que cabría esperar, la percepción de los progenitores del sobrepeso y la obesidad de sus hijos no conlleva cambios de comportamiento en éstos en cuanto a un mayor cumplimiento de recomendaciones sobre actividad física, disminución del sedentarismo o mejora en los hábitos alimentarios. Tan sólo son los niños pequeños de 3-9 años los que sí presentan diferencias estadísticamente significativas en estos hábitos, quizás motivados por un mayor control y seguimiento por parte de los progenitores, principalmente la madre, o también por el hecho de que a partir de los 10 años, con el comienzo de la adolescencia, hay una situación de menor control de los padres hacia sus hijos y el seguimiento de unos hábitos de forma más independiente6.
Como hemos podido ver a lo largo de esta exposición, la obesidad infantil, tiene una relación directa con comportamientos adquiridos y aprendidos en la sociedad. Los más pequeños adquieren hábitos de las personas con las que conviven (familia) y del ámbito escolar (donde pasan gran parte del tiempo), por eso, es tan importante que la familia y la escuela tengan conductas de salud adecuadas en cuestiones de alimentación y de actividad.
Esto traerá consigo importantes beneficios de salud tanto individuales como de salud pública, y se verán reducidos los costes en patologías relacionadas, ya que la obesidad infantil, los malos hábitos alimentarios y el sedentarismo acarrearán en el adulto patologías importantes, muchas de ellas crónicas.
Uno de los pilares fundamentales para la prevención de la obesidad infantil son los buenos hábitos desde una temprana infancia. La implementación de hábitos saludables tanto alimentarios como aquellos que eviten la vida sedentaria y favorezcan el ejercicio físico. Por ello, un punto clave para conseguir esto es establecer una correcta conexión entre familia y escuela.
La familia debe establecer las guías necesarias para que el desarrollo del niño o niño sea integral, y abraque todos los ámbitos posibles. Los hábitos consolidados hacen que los niños vayan logrando más independencia, independencia que tiene que estar controlada por los adultos. Creer que un niño o niña con tres años, que come solo, lo podemos “abandonar” en este aprendizaje es un gran error. En las familias se debe fijar un horario para la actividad física4.
Sin olvidar que la escuela es un núcleo principal en la formación de las personas, y que tiene que existir una relación sólida, en todos los sentidos, con la familia. Por ello, es importante no saturar al alumno con actividades que no requieran movimiento. Estas actividades también son importantes pero hay que tener en cuenta que los niños y niñas deben jugar, ya que es necesario para ellos, y además a través del juego, y con el juego, también se prende4.
Algunos de los múltiples objetivos didácticos que nos podemos plantear a nivel escolar, y que pueden contribuir a la consecución de otros más generales como asentar hábitos saludables, son7:
Numerosos estudios realizados sobre hábitos de alimentación saludables apuntan al desayuno como una de las comidas fundamentales del día, y es más, cuando este no se lleva a cabo aparecen, con mayor frecuencia, problemas de sobrepeso. Un desayuno completo y saludable es aquel en el que se consumen: lácteos, cereales, frutas y todos sus derivados (Estrategia NAOS, 2007), incluyendo también grasas monoinsaturadas, en proporción no elevada, muy abundante en el aceite de oliva. Debiendo evitarse alimentos con abundante grasas trans y saturada.
Según datos obtenidos del Proyecto “Mi cuerpo sano comiendo y jugando” observamos que un 40% del alumnado en general no desayunaba nada en casa. Del otro 60%, aproximadamente la mitad solamente tomaba un lácteo. Siendo el 30% los que realmente hacían un desayuno consistente. Respecto a la frecuencia en el desayuno un 70% alego falta de tiempo, y el otro 30% la inapetencia. Y Solamente un 2% del alumnado no tomaba nada ni en el desayuno de casa ni en el recreo. Lo que llevo a analizar los porqués, siendo el resultado cuestiones económicas y familiares. En las encuestas de familias hubo una generalización que destacó por encima de las demás y era que “no les gusta la leche”. Alrededor del 80% de las familias que respondieron que sus hijos o hijas no tomaban desayuno era por este motivo4.
En base a los datos obtenidos, en este mismo proyecto, también se llevó a cabo una encuesta sobre la actividad física extraescolar realizada por estos mismos niños respecto a cantidad, frecuencia y variedad. Los resultados mostraron que el alumnado sí practicaba algún deporte extraescolar, pero con una media de 2 días por semana, y solamente 1 hora al día. La curiosidad principal era la gran cantidad de actividades que realizaba el alumnado que no implicaba ninguna actividad física4.
El desayuno es la primera comida del día, tomada antes de empezar la actividad diaria, proporciona entre el 20 y 35 % del total de las necesidades de la energía que se necesita a lo largo del día. La falta de esta ingesta produce un descenso gradual de glucosa, que puede interferir en diversos aspectos de las funciones cognitivas, como la atención y la memoria activa5.
En apartados anteriores vimos los diferentes nutrientes que deben ser incluidos en una dieta equilibrada, pues bien, muchos de estos nutrientes que proporcionan los alimentos, entre los que se encuentren los lácteos, los cereales, las frutas, y todos sus derivados entran en una proporción elevada en los componentes del desayuno completo y saludable5.
El tema de la obesidad infantil es un tema de especial importancia en nuestros días. Tras la realización de este trabajo he podido acercarme más a esta problemática y ver cuáles son algunas de las causas, consecuencias y soluciones de la misma.
Digo que este problema cobra especial importancia en la sociedad actual porque la falta de tiempo nos lleva a un consumo excesivo de alimentos precocinados y a recurrir con demasiada frecuencia a la tan conocida “comida rápida”. A su vez, nuestra cultura, ha tenido en el último siglo importantes cambios que contribuyen, en muchas ocasiones, a empeorar el problema. El cambio que más afecta es el referente a los roles familiares, principalmente el nuevo rol que adopta la mujer como trabajadora fuera del hogar, a la vez que trae consigo beneficios también plantea ciertos inconvenientes. Y por estas, y otras circunstancias, los padres recurren a comidas poco saludables sin darse cuenta de la cantidad de calorías vacías que están aportando a sus hijos. Y estos alimentos no sólo son perjudiciales por ser hipercalóricos sino también porque los nutrientes que contienen son, en muchos casos, perjudiciales para la salud.
Una alimentación desequilibrada y el sedentarismo van a aumentar considerablemente el riesgo de que los niños padezcan ciertas enfermedades en la edad adulta. La hipertensión, la diabetes mellitus, las enfermedades cardiovasculares, el hígado graso no alcohólico son alguna de estas patologías. El desarrollo de una enfermedad crónica es de suficiente importancia como para que tomemos conciencia ya, y pongamos soluciones para evitar los factores de riesgo desencadenantes de las mismas, ya que muchos de ellos los podemos modificar mejorando nuestro estilo de vida.
La prevención es esencial para que las familias y los profesores tomen las riendas de la salud de los menores en temas de alimentación y de actividad física. Me parece fundamental que estas dos grandes instituciones implanten programas de prevención que minimicen el riesgo de padecer sobrepeso u obesidad, ya que, son los dos pilares fundamentales que sustenta la educación de los más pequeños.
Las comidas que realizamos a los largo del día obedecen a factores culturales, tradiciones, costumbres, conductas, que generan y desembocan en hábitos alimenticios, no coincidentes, en muchas ocasiones, con estilos de vida saludables. Lo mismo ocurre con el desayuno, principal comida del día. Me han sorprendido negativamente los resultados que se han obtenido sobre la falta de consistencia en el mismo. Me gustaría incidir en este punto, ya que, es fundamental realizar un buen aporte de energía para comenzar el día, no sólo porque nos pone en marcha, sino también como eslabón fundamental en la prevención del sobrepeso y la obesidad. Y no debemos olvidar que si los niños comienzan a adquirir hábitos en edades tempranas estos perdurarán a lo largo de la vida influyendo, por consiguiente, en la alimentación cuando sean adultos.
Para poder realizar todos estos cambios considero la atención primaria como la ventana desde la que poder hacerlo. Desde mi punto de vista creo que se debería invertir mucho más en temas de educación para la salud en las comunidades, educación que llegue a más cantidad de colectivos, porque con ello, se ganaría en salud pero no sólo en eso, las comunidades tendrían un mayor nivel de bienestar y económicamente repercutiría de manera positiva en la salud pública. Por eso, aunque en un primer momento supusiera un gasto a la larga se convertiría en beneficios.
La resistencia al cambio de los estilos de vida puede ser modificada por procesos de enseñanza-aprendizajes específicos, pertinentes y adecuados. Además podemos hacer atractivo el cambio, para ello sería eficaz si implantamos una propuesta de alimentación saludable a través de un juego, para que de una forma motivante nuestros jóvenes empiecen a cuidarse desde pequeños.
Bibliografía