El presente artículo se centra en la comprensión y tratamiento del dolor crónico en personas con discapacidad. El dolor crónico es un problema complejo y multifactorial que afecta significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen.
El texto subraya la necesidad de un abordaje multidisciplinario, que considere no solo los aspectos físicos del dolor, sino también los factores psicológicos, sociales y emocionales que lo modulan. Se analizan diversas teorías del dolor, como la teoría de la neuromatriz y la teoría del control de la compuerta, que han evolucionado la comprensión del dolor crónico y su tratamiento.
Además, el artículo aborda la importancia de la fisioterapia en el manejo del dolor, proponiendo intervenciones basadas en la evidencia, como la educación terapéutica y el ejercicio progresivo. También se enfatiza la necesidad de tratamientos individualizados que contemplen la totalidad de la experiencia del paciente, mejorando su calidad de vida y su capacidad para manejar el dolor de manera efectiva.
Palabras clave: Discapacidad, dolor, crónico, comprensión, tratamiento, calidad de vida, abordaje multidisciplinar.
The present article focuses on understanding and treating chronic pain in individuals with disabilities. Chronic pain is a complex and multifactorial problem that significantly impacts the quality of life of those who suffer from it.
The text emphasizes the need for a multidisciplinary approach that considers not only the physical aspects of pain but also the psychological, social, and emotional factors that modulate it. Various pain theories, such as the neuromatrix theory and the gate control theory, are analyzed, highlighting how they have evolved the understanding and treatment of chronic pain.
Furthermore, the article addresses the importance of physiotherapy in pain management, proposing evidence-based interventions like therapeutic education and progressive exercise. It also underscores the need for individualized treatments that encompass the entirety of the patient’s experience, improving their quality of life and ability to manage pain effectively.
Keywords: Disability, pain, chronic, understanding, treatment, quality of life, multidisciplinary approach.
Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), “el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión real o potencial o descrita en términos de dicha lesión” (IASP, 1979).
En concreto, el dolor crónico es una condición que afecta a una parte significativa de la población mundial, con valores que sugieren que alrededor del 20% de los adultos experimentan algún tipo de dolor crónico (Breivik et al., 2006).
Este tipo de dolor no solo tiene consecuencias físicas, sino también psicológicas y sociales, lo que lo convierte en una de las principales causas de discapacidad y disminución de la calidad de vida (Gatchel et al., 2012).
Cuando se observa el impacto del dolor crónico en personas con discapacidad, la situación se vuelve aún más compleja y preocupante, ya que la interacción entre el dolor crónico y la discapacidad plantea desafíos únicos en términos de diagnóstico, tratamiento y manejo efectivo. Las personas con discapacidad ya enfrentan desafíos significativos debido a sus limitaciones físicas o mentales, y la presencia de dolor crónico puede exacerbar estos problemas de manera exponencial. Según la Organización mundial de la salud, una de cada seis personas en todo el mundo sufre una discapacidad importante, es decir, entorno a 1300 millones de personas, donde una proporción considerable sufre de dolor crónico, creando un doble desafío para la salud y el bienestar (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2023).
Además, cabe destacar que este colectivo tiene el doble de riesgo de sufrir patologías tales como la depresión, el asma, la diabetes, entre otros (OMS, 2023).
Por otra parte, el dolor crónico en personas con discapacidad puede originarse por diversas razones, incluyendo lesiones previas, enfermedades degenerativas, condiciones neurológicas y alteraciones biomecánicas. Independientemente de su origen, el dolor crónico tiene un impacto importante en la vida diaria de estas personas. La disminución de la movilidad y la funcionalidad puede llevar a una mayor dependencia de los cuidadores, pérdida de empleo, aislamiento social y deterioro de la salud mental (Eccleston, Williams y Morley, 2013). La presencia constante de dolor también puede afectar negativamente en el sueño, la alimentación y la capacidad de realizar actividades básicas de la vida diaria, manteniendo y empeorando así el deterioro físico y emocional.
El dolor crónico en personas con discapacidad no solo afecta al individuo, sino que también tiene un impacto significativo en sus familias y en la sociedad en general. Los cuidadores de personas con discapacidad y dolor crónico a menudo experimentan altos niveles de estrés y agotamiento, lo que puede afectar su propia salud y bienestar (Van Exel, De Graaf y Brouwer, 2008). El manejo inadecuado del dolor crónico conlleva costos económicos elevados, debido a la necesidad de atención médica continua, tratamientos farmacológicos y pérdida de productividad laboral (Gaskin y Richard, 2012)
En este contexto, el abordaje fisioterapéutico del dolor crónico en personas con discapacidad se presenta como una necesidad de primer orden. La fisioterapia no solo puede aliviar el dolor, sino también mejorar la movilidad, la fuerza y la funcionalidad general del paciente. Además, las intervenciones fisioterapéuticas pueden reducir la dependencia de los medicamentos, minimizar los efectos secundarios y promover un enfoque más holístico y personalizado del tratamiento (Brosseau et al., 2015). Sin embargo, la efectividad de la fisioterapia en el manejo del dolor crónico depende de un enfoque multidisciplinario que integre diversas áreas del conocimiento y la práctica clínica.
La naturaleza múltiple del dolor crónico le da ese gran valor al enfoque multidisciplinario. Para abordar de manera efectiva el dolor crónico en personas con discapacidad, es fundamental considerar no solo los aspectos físicos, sino también los factores psicológicos y sociales que contribuyen al dolor. La colaboración entre fisioterapeutas, médicos, psicólogos, terapeutas ocupacionales y otros profesionales de la salud es esencial para desarrollar un plan de tratamiento integral que aborde todas las dimensiones del dolor y la discapacidad (Turk, Swanson y Gatchel, 2008).
En la última década, el campo de la fisioterapia ha avanzado significativamente, con nuevas investigaciones y tecnologías que han ampliado las posibilidades de tratamiento para el dolor crónico. La aplicación de técnicas innovadoras, como la terapia manual avanzada, la neuroestimulación y la realidad virtual, ha mostrado resultados esperanzadores en la reducción del dolor, así como de la mejora en la funcionalidad en personas con discapacidad (Dorsey y Topol, 2020). Además, la creciente base de evidencia científica proporciona una guía sólida para la implementación de intervenciones eficaces y seguras.
En resumen, el dolor crónico en personas con discapacidad es un problema de salud pública de gran relevancia que requiere una atención urgente y un enfoque integral. La fisioterapia, como parte de un equipo multidisciplinario, juega un papel crucial en el manejo del dolor crónico y en la mejora de la calidad de vida de estas personas. El presente artículo tiene por objeto proporcionar una visión comprensiva y basada en la evidencia de las mejores prácticas y estrategias para abordar este complejo desafío, con el objetivo de equipar a los profesionales de la salud con las herramientas necesarias para ofrecer una atención de alta calidad y centrada en el paciente.
Como objetivos específicos, se presentan:
En 1978, el Subcomité de Taxonomía de la IASP define “el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión real o potencial o descrita en términos de dicha lesión” (IASP, 1978). Posteriormente, en 2008, se modifica la definición. La definición anterior incluía los procesos de disfunción del sistema nervioso, y la definición modificada ahora se limita a los casos que impliquen una lesión objetiva o una enfermedad del sistema nervioso somatosensorial (Jensen y Gebhart, 2008).
En 2017 la IASP introdujo el término “dolor nociplástico” para abordar los casos en los que, aunque no hay una lesión objetiva identificable, existen alteraciones funcionales en el sistema nervioso nociceptivo, observable en patologías como la fibromialgia o el síndrome del intestino irritable (Kosek et al., 2016).
En 2020 se elabora una nueva definición del dolor: “el dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada o similar a la asociada a una lesión tisular real o potencial” (Raja et al., 2020).
La evolución de la definición del dolor por parte de la IASP refleja un esfuerzo continuo por capturar la complejidad de esta experiencia humana. Cada actualización de la definición ha sido un paso hacia una comprensión más precisa y holística del dolor, considerando no solo los aspectos físicos sino también los emocionales y funcionales.
Evolución de la definición de dolor
A lo largo de las culturas de todos los tiempos, el dolor ha sido una preocupación constante. Existen descripciones en literatura científica, humanística y filosófica de todas las épocas. Por este motivo, es natural que el hombre preste atención en entender la naturaleza del dolor e intente controlarlo (Apkarian et al., 2011); Flor y Turk, 2011).
En la prehistoria, el hombre tuvo pocas dificultades para entender el dolor que le provocaba una herida de flecha o el ataque de un animal. Sin embargo, era más preocupante el dolor que provenía de su organismo interno, lo percibía como algo de origen místico. Para aliviar este dolor interno acudía la cabeza de familia, generalmente una mujer (Cohen et al., 2013).
Gradualmente fueron apareciendo los chamanes, quienes realizaban sus tareas en casa. En ocasiones, el curandero llegaba a causar heridas a la persona ya enferma, con el fin de succionar los demonios y posteriormente neutralizarlos con sus mezclas (Flor y Turk, 2011)
Los antiguos egipcios creían que el dolor interno era el resultado de la influencia de sus dioses o que provenía del hecho de que los espíritus llegaban durante la noche y entraban por la nariz u oídos mientras dormían. Se pensaba que estos mismos espíritus podían abandonar el cuerpo a través de la orina, heces, vómitos estornudos o el sudor. De acuerdo con escritos antiguos, en el organismo existe una gran red de vasos que transportan el soplo de vida y las sensaciones hacia el corazón. Este es el principio que se basa en que la actividad sensorial y los sufrimientos residen en el corazón, principio que se mantuvo más de 2000 años (Trace y Mantyh, 2007).
Por otro lado, la literatura hindú presenta conocimientos tradicionales según escritos en los Vedas y los Upanishads. Buda relacionó el dolor con los deseos frustrados. Al igual que los egipcios, los indios pensaban que en el corazón residía el centro del dolor y de los sentimientos (Kosek et al., 2016).
En los escritos en China, en tiempos del emperador amarillo, Huang Ti, alrededor de 2600 años a.C., está registrada la norma de la medicina china, que dice que una misma persona tiene dos fuerzas, el Yin (fuerza femenina, negativa y pasiva) y el Yang (fuerza masculina, positiva y activa), ambas equilibradas por la energía vital llamada chi. La deficiencia o el exceso de chi, es decir, el desequilibrio de las fuerzas es lo que provoca la enfermedad y el dolor. La acupuntura es una terapia que corrige este desnivel a través de los más de 365 puntos localizados a lo largo de los 14 meridianos o canales conectados con los órganos internos por donde circula el chi (Malfliet et al., 2018).
Los griegos antiguos fueron los primeros en el estudio de la naturaleza de las sensaciones y de los órganos de los sentidos. Alcmeón de Crotona, discípulo de Pitágoras, además de distinguir las venas y arterias, fue el primero que pensó que el cerebro, y no el corazón, era el centro de los sentidos y de la inteligencia, concepto que, en principio, fue rechazado por filósofos de su época (Turner y Chapman, 1982).
Hipócrates (mediados del s. V – primer tercio del IV a.C.) sostiene en su Corpus hipocraticum la teoría de los cuatro humores: sangre, flema, bilis negra o melancolé y la bilis amarilla o colé, según la cual el dolor surge cuando la cantidad de alguno de estos aumenta o disminuye.
Platón (384-322 a. C.) reconoció los 5 sentidos, pero el cerebro no tenía ninguna función en los procesos sensoriales más que la de enfriar el aire y la sangre calientes que nacían del corazón. El dolor, por lo tanto, era un exceso de calor vital.
En la Roma antigua, Celso consideró al dolor, junto con el rubor, tumor y calor, como uno de los cuatro signos cardinales de la inflamación. Reconoció las ideas de Erasístrato y Herófilo en cuanto al dolor, pero no creyó que los nervios eran sus posibles conductores. Herófilo fue el primero que lanzó la hipótesis de que el cerebro es el órgano central del sistema nervioso y la sede de la inteligencia y de los sentimientos.
A lo largo de cuatro siglos, los estudios de los egipcios y griegos fue desconocido para el mundo romano, hasta Galeno (131-200 d.C.). Realizó muchos estudios sobre la fisiología sensorial y restableció la importancia de los nervios centrales y periféricos. Además, definió tres clases de nervios: 1. Nervios “blandos” con funciones sensoriales; 2. Nervios “duros”, con funciones motoras; 3. Los encargados de sentir el dolor (Melzack y Wall, 1965).
Durante la Edad Media, la filosofía de Aristóteles fue dominante. Avicena (980-1038 d.C.), característico en la época, describió cincos sentidos externos y cinco internos, y los localizó en los ventrículos cerebrales. Describió la etiología de 15 tipos de dolor, sugiriendo el ejercicio, el calor, el masaje, el opio y otras drogas, como analgésicos.
Después de la Edad Media, llega Leonardo da Vinci, quien consideró que los nervios eran estructuras tubulares y que el dolor estaba relacionado con el tacto.
Durante el s. XVII, William Harvey, quien en 1628 descubrió la circulación de la sangre, pensaba que el corazón era el centro de los sentimientos. Sin embargo, René Descartes (1596-1650) se sumó a la teoría galénica, considerando que el cerebro era el inicio de las funciones motoras y sensoriales. En su libro L’Homme, Descartes describió los resultados de sus extensos estudios anatómicos y de la fisiología sensorial, pensando que los nervios periféricos eran tubos formados por hebras finas que a su vez conectaban el cerebro con las terminaciones nerviosas de la piel y de otros tejidos. Descartes fue el precursor de la teoría de la especificad nerviosa (Tracey y Mantyh, 2007).
En el siglo XVIII se siguieron las ideas de Hipócrates y Aristóteles en cuanto al origen cardíaco de las sensaciones. En esta época, Willis, Borelli, Malpighi y otros, realizaron avances en cuanto a anatomía y fisiología del sistema nervioso central. A finales de esta época, se dio un gran paso en cuanto al tratamiento del dolor, cuando Priestley descubrió el óxido nitroso, Davy sus propiedades analgésicas y Lister puso en boga la anestesia (Cohen, Quintner y Buchanan, 2013).
A principios del siglo XIX, surgió la fisiología como ciencia experimental independiente, que permitió la investigación científica de las sensaciones en general y del dolor en particular. Bell y Magendie, a través de sus estudios experimentales en animales, demostraron que las raíces espinales anteriores y posteriores eran motoras y sensitivas respectivamente. Posteriormente, Johannes Muller, en 1840 justificó que el cerebro recibe información de objetos externos y estructuras corporales, solo a través de los nervios sensitivos (Sluka y Walsh, 2003).
En 1965, Ronald Melzack y Patrick Wall propusieron la teoría de la puerta de control del dolor, una de las teorías más influyentes en la neurofisiología del dolor (Melzack y Wall, 1965). Más recientemente, Melzack (1999) desarrolló la teoría de la neuromatriz del dolor. En la actualidad, la investigación sobre el dolor continúa avanzando, con un creciente énfasis en la comprensión de los mecanismos biológicos, psicológicos y sociales que contribuyen a la experiencia del dolor crónico. Las intervenciones modernas se centran en abordar estos múltiples aspectos del dolor para proporcionar un tratamiento más holístico y eficaz (Flor y Turk, 2011; Kosek et al., 2016).
La percepción del dolor es un fenómeno complejo influenciado por múltiples factores que interactúan entre sí. Estos factores incluyen aspectos psicológicos, sociales, culturales, genéticos y experiencias previas. La comprensión de estos factores es esencial para un manejo efectivo del dolor, especialmente en el contexto del dolor crónico. A partir de 1960 comenzaron a surgir las teorías del dolor, como la “teoría de la compuerta” de Melzack y Wall o la teoría de la neuromatriz del dolor que explicaremos más adelante. Ambas teorías aportan que los procesos psicológicos y fisiológicos modifican la percepción, transmisión y evaluación del dolor, pudiendo ser la causa de su cronicidad y prolongación (Melzack y Wall, 1965; Melzack, 1999).
Además, se ha identificado una conexión entre la experiencia de dolor físico y el dolor social, donde la percepción de exclusión o rechazo por parte de personas o grupos deseados puede desencadenar una reacción emocional similar al dolor físico, generando sufrimiento emocional (Pérez-Martín, et al., 2020).
También se ha observado en que la divulgación emocional escrita del trauma influye en la sensibilidad del dolor, sobre todo en mujeres con antecedentes traumáticos, sugiriendo que la relevación del trauma puede alterar la sensibilidad del dolor (Creech et al., 2011).
Por otro lado, aquellos individuos con dolor físico crónico son más susceptibles a conflictos sociales frecuentes y muestran una mayor reactividad a estresores interpersonales, lo que puede complicar la percepción del dolor y requerir estrategias de afrontamiento diferentes (Pérez-Martín, et al., 2020).
Los factores cognitivos, que son aquellos relacionados con las creencias, actitudes, juicios, expectativas y representaciones que el paciente tiene acerca de su propia experiencia dolorosa. Cuando estos aspectos son positivos y orientan al individuo hacia la realización de conductas adaptativas (como las creencias de autoeficacia), ayudan a disminuir la intensidad del dolor. Sin embargo, si el individuo tiene creencias negativas caracterizadas por la negación o la pasividad, la intensidad del dolor puede aumentar, afectando la adherencia al tratamiento, la asistencia a las instituciones de salud y las expectativas de recuperación (Bandura, 2007; Turner et al., 2000).
Los pensamientos comúnmente asociados a la incapacidad que genera el dolor incluyen el temor a moverse o volver a lesionarse, creencias erróneas sobre el dolor, el significado atribuido a los síntomas. La habilidad percibida para controlar el dolor y el impacto que este tiene en la vida diaria (Crombez et al., 1999).
La ansiedad y el estrés pueden amplificar la percepción del dolor. Ese estrés agudo o crónico puede aumentar la tensión muscular y la liberación de hormonas del estrés, lo que puede exacerbar el dolor (Villemure y Bushnell, 2002).
Teoría propuesta originalmente por Descartes en el siglo XVII, y más tarde formulada por Schiff en 1858 (Cabral, 1993). Defiende que el dolor es una sensación específica que se origina de la estimulación de receptores específicos del dolor (nociceptores) que envían señales directamente a centros cerebrales específicos. Según esta teoría, el dolor tiene un camino directo y predefinido desde la periferia hasta el cerebro, donde existe una relación lineal entre el daño tisular y la percepción del dolor (Melzack y Wall, 1965).
Investigaciones recientes desgranan esta teoría al demostrar que, aun existiendo receptores específicos para el dolor, la percepción del dolor es un proceso mucho más complejo, pudiéndose modular. Estudios neurofisiológicos han mostrado que tanto factores emocionales y cognitivos, como señalábamos anteriormente, pueden influir en la percepción del dolor, incluso en situaciones donde el daño tisular es evidente (Apkarian et al., 2011).
La teoría de la intensidad sugiere que el dolor no es el resultado de estímulos específicos sino de la intensidad de la estimulación. Esta teoría sostiene que cualquier tipo de estímulo sensorial que puede causar dolor si su intensidad es lo suficientemente alta. La percepción del dolor se considera una función de la frecuencia de los impulsos nerviosos que alcanzan el cerebro (Erickson, 1977).
Estudios recientes han apoyado la idea de que la intensidad de la estimulación puede influir en la percepción del dolor, pero también han destacado la importancia de factores moduladores. La variabilidad individual en la percepción del dolor y la capacidad de adaptación del sistema nervioso central indican que la teoría de la intensidad es solo una parte del complejo proceso de percepción del dolor (Tracey y Mantyh, 2007)
La teoría del control de la compuerta del dolor, propuesta por Ronald Melzack y Patrick Wall en 1965, ha marcado un antes y un después en el campo de la neurociencia del dolor. Basada en que la percepción del dolor no es simplemente el resultado de la activación de las fibras nerviosas periféricas, sino que también está modulada por mecanismos en la médula espinal (Cerveró, 2016).
Según esta teoría, la transmisión de la señal dolorosa puede ser modulada en la médula espinal por interneuronas inhibidoras y excitatorias. Estas interneuronas actúan como una “compuerta”, que puede modular o controlar la transmisión de la señal de dolor hacia el cerebro. Por lo tanto, la percepción del dolor puede ser regulada por factores emocionales, cognitivos y sensoriales que actúan en esta “compuerta” (Cerveró, 2016).
Por otro lado, ciertos estudios han puesto en duda la especificidad de los mecanismos propuestos por dicha teoría y han señalado que el dolor es un fenómeno complejo que involucra múltiples sistemas neuronales y neurotransmisores. A pesar de ello, esta teoría ha tenido un impacto significativo en la investigación y el tratamiento del dolor, estimulando el desarrollo de nuevas terapias analgésicas, como la estimulación eléctrica transcutánea de nervios periféricos (TENS) y otras formas de neuromodulación (Cerveró, 2016).
La teoría de la neuromatriz, desarrollada por Melzack en 1999, desarrolla la teoría de control de la compuerta al proponer que el cerebro contiene una red de neuronas, llamada neuromatriz, que integra multitud de estímulos y genera la percepción del dolor (Melzack, 1999).
Esta teoría revolucionó la comprensión del dolor crónico, donde la neuromatriz es la encargada de procesar la información sensorial, emocional y cognitiva relacionada con el dolor, y está compuesta por diversas áreas del sistema nervioso central, como la corteza somatosensorial, el sistema límbico y componentes talamocorticales (Rocha, Juárez y Ferretiz, 2019).
Según esta teoría, la experiencia del dolor no solo está determinada por la señal de dolor proveniente de la lesión periférica, sino que también se influencia por factores emocionales, cognitivos y ambientales. Relaciona las experiencias pasadas, las emociones y las expectativas de una persona con la modulación de la percepción del dolor (Rocha, Juárez y Ferretiz, 2019).
La neuromatriz ofrece una explicación más completa y holística del dolor crónico, permitiendo entender fenómenos como el dolor del miembro fantasma, la fibromialgia y otros trastornos dolorosos complejos. Además, ha permitido abrir puertas en el campo de la neuromodulación, ofreciendo estrategias innovadoras para el manejo del dolor crónico y otras condiciones neurológicas (Rocha, Juárez y Ferretiz, 2019).
En 2017 la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor introdujo el concepto de dolor nociplástico (Zarpadiel-Sánchez, 2020).
Este concepto se introduce para diferenciar el dolor nociplástico del dolor neuropático. En el dolor neuropático, el sistema somatosensorial se encuentra alterado, encargado de percibir y procesar estímulos como el tacto, la temperatura y el dolor, en el dolor nociplástico tanto el sistema somatosensorial como el tejido nervioso no presentan daños (Zarpadiel-Sánchez, 2020). La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) ha subrayado que el dolor nociceptivo y el dolor nociplástico no son excluyentes y pueden coexistir (IASP, 2017).
La perpetuación del dolor nociplástico está relacionada con diversos factores psicosociales, los cuales contribuyen a la generación de cambios plásticos en las neuronas. Esto induce señales erróneas de daño en los tejidos que llegan al cerebro, el cual responde manteniendo un estado de alerta, amplificando las señales y perpetuando el dolor. El dolor nociplástico no se considera un diagnóstico médico como tal, sino que reúne un conjunto de síntomas para uso clínico. Algunos de las afectaciones reunidas bajo este concepto son la fibromialgia, el dolor crónico de espalda inespecífico, entre otros (Kosef et al., 2016).
El tratamiento de este tipo de dolor no es fácil, estableciéndose programas de control del dolor. Según estudios recientes, observados en Chimenti et al., (2018), la educación terapéutica y el entrenamiento físico son primordiales para mejorar este tipo de dolor. El paciente debe entender el proceso de su dolor con el fin de cambiar sus percepciones equivocadas, ya que este tipo de dolor está relacionado con factores psicosociales como el estrés o la ansiedad. Además, también se ha demostrado que el ejercicio terapéutico progresivo y a largo plazo ayuda a disminuir la excitación nerviosa y reducir el dolor. Se ha demostrado el uso de terapia manual, movilización articular y TENS como métodos analgésicos. El ejercicio es el método más efectivo para mejorar el dolor en estos pacientes (Chimenti, Frey-Law y Sluka, 2018; Nijs et al., 2018)
Teorías del Dolor
El dolor se clasifica atendiendo a diversos criterios que se encuentran en relación con manifestaciones e impacto en el paciente, como puede ser la duración, fisiopatología, etiología, entre otros (Observatorio del Dolor, 2022).
En función de la duración, podemos diferenciar dolor agudo o crónico.
En función a los criterios de ubicación anatómica descritos por la OMS en la Clasificación internacional de Enfermedades CIE-11 (OMS, 2019), el dolor crónico se puede clasificar en siete grupos distintos:
En función a la fisiopatología del dolor, la clasificación cambia, englobando tanto patologías agudas como crónicas:
En función a la afección que suponga el dolor en el organismo, se puede hacer una diferenciación entre los diversos sistemas afectados, siendo las manifestaciones más comunes de dolor crónico las del sistema nervioso y el sistema musculoesquelético (Hadi et al., 2018; Pain Management Education at UCSF, 2021).
De forma paralela a las clasificaciones anteriores, es habitual la distinción del dolor según su etiología: oncológico o no oncológico, donde el dolor oncológico deriva de la propia enfermedad, por invasión y compresión de estructuras, de los efectos y comorbilidades de esta de los tratamientos utilizados. Sin embargo, el dolor no oncológico incluye aquellas dolencias que no son secundarias a un proceso oncológico o sus tratamientos (Korwisi et al., 2020; Pain Management Education at UCSF, 2021)
La enfermedad de dolor crónico presenta un gran impacto negativo en la calidad de vida del paciente, limitando sus actividades de la vida diaria. La dificultad a la hora de desarrollar una actividad profesional, física o diaria supone una gran carga para el paciente y su entorno (Hadi et al., 2018). Además, habría quw tener en cuenta el impacto sanitario de la enfermedad y la afectación biológica, psicológica y social del paciente (Korwisi et al., 2020; Pain Management Education at UCSF, 2021).
Se observa una falta de procedimientos asistenciales que tengan en cuenta la vertiente personal y psicosocial de la enfermedad. Por ello, uno de los principales retos futuros en el ámbito del dolor crónico es la implementación de procedimietos asistenciales individualizados que contemplen las diferentes vertientes de la enfermedad y permitan su abordaje desde una perspectiva médica, psicológica y social (Hadi et al., 2018; Korwisi et al., 2020).
Clasificación del Dolor
La evaluación y el diagnóstico del dolor crónico son fundamentales para su manejo efectivo. La complejidad del dolor crónico requiere una evaluación multidimensional que no solo considere los aspectos físicos, sino también los psicológicos y sociales.
La entrevista clínica es el primer paso en la evaluación del dolor. Incluye una historia detallada del dolor, que abarca su inicio, duración, características, intensidad, factores agravantes y atenuantes, tratamientos previos, entre otros. Es fundamental identificar si el dolor es nociceptivo, neuropático o nociplástico, ya que esto influye en el tratamiento (Jensen y Karoly, 2011).
Entrevista clínica
Con respecto a las escalas de evaluación del dolor, se utilizan diversas escalas con el fin de cuantificar la intensidad del dolor del paciente, calidad y su impacto en las actividades rutinarias del paciente. Existen diversas escalas de evaluación del dolor, cada una con sus propias ventajas y limitaciones, que se utilizan para evaluar diferentes aspectos del dolor y guiar el tratamiento. Se describen a continuación y se detallan en la Tabla 2:
Escalas de Evaluación del Dolor
La evaluación del impacto psicológico del dolor crónico es esencial, ya que trastornos como la depresión y la ansiedad pueden exacerbar la percepción del dolor. Herramientas como el Inventario de Depresión de Beck (BDI) y la Escala de Ansiedad de Hamilton (HAM-A) son comúnmente usadas (Darnall et al., 2018). Ambas escalas son útiles para evaluar la presencia de trastornos psicológicos asociados con el dolor crónico. La depresión y la ansiedad pueden exacerbar la percepción del dolor, y la identificación de estos fatores es crucial para un manejo integral del paciente. Estas herramientas permiten diagnosticar y tratar comorbilidades psicológicas que pueden estar influyendo en la experiencia del dolor del paciente (Beck et al., 1996; Hamilton, 1965).
Con respecto a las pruebas de diagnóstico, dependiendo de la sospecha clínica, pueden solicitarse pruebas de imagen como resonancia magnética (RMN) o tomografía computarizada (TC), así como pruebas electrodiagnósticas para evaluar el sistema nervioso. Este tipo de pruebas ayudan a identificar patologías subyacentes que puedan estar causando el dolor (Cid et al., 2014; Smith y Torrance, 2020). También se ha observado que los bloqueos de las raíces nerviosas pueden diagnósticas y tratar la causa del dolor (Ponkshe, 2023)
La evaluación funcional es fundamental en el control del dolor, proporcionando información valiosa sobre como el dolor puede afectar a la capacidad del paciente para realizar actividades diarias. Este proceso no solo ayuda a cuantificar el impacto del dolor en la vida diaria, sino que también orienta las decisiones de tratamiento y permite monitorear el progreso del paciente.
Entre los instrumentos de discapacidad que evalúan las limitaciones en actividades cotidianas como caminar, dormir y levantar objetos, destacamos:
En la misma línea, las pruebas de rendimiento funcional incluyen actividades físicas que evalúan la capacidad del paciente para realizar tareas específicas. Nos proporcionan una evaluación objetiva de la función física, lo que es crucial tanto para el diagnóstico como para la planificación del tratamiento. Algunas de las pruebas de rendimiento funcional más utilizadas son (American Physical Therapy Association, 2020):
Existen otro tipo de pruebas que son los cuestionarios de calidad de vida, utilizados para evaluar el bienestar general de una persona, teniendo en cuenta aspectos físicos, psicológicos y sociales. Este tipo de cuestionarios son útiles para analizar el impacto global de las enfermedades crónicas, como el dolor crónico, en la vida de los pacientes:
Evaluación Funcional
Por otro lado, el diagnóstico diferencial permite diferenciar causas subyacentes y ayuda al tratamiento más adecuado para cada paciente. Para el proceso, el historial médico es fundamental. Este incluye la revisión de la historia médica, antecedentes familiares y personales, entre otros. Se debe preguntar sobre la localización, intensidad, duración y características del dolor, así como aquellos factores que lo alivian o lo empeoran.
También se debe realizar un examen físico exhaustivo puede revelar signos de daño tisular o neurológico, como puede ser la pérdida de sensibilidad, la debilidad muscular, los cambios en los reflejos o alteraciones en el tono muscular (Urits et al., 2019).
Las pruebas de imagen y de laboratorio también son fundamentales, para identificar anomalías estructurales que puedan estar causando dolor, y para detectar enfermedades sistémicas o inflamatorias subyacentes que pueden contribuir al dolor. Es importante tener en cuenta que no todas las anomalías encontradas en estos estudios son clínicamente significativas especialmente en ausencia de correlación con los síntomas (Childress and Stuek, 2020).
Además, como ya hemos comentado con anterioridad, las pruebas funcionales y de rendimiento evalúan la capacidad funcional del paciente, es decir, como el dolor afecta la movilidad y la capacidad para realizar actividades cotidianas. Incluyen pruebas de fuerza, resistencia y movilidad, y pueden complementarse con cuestionarios de autoevaluación.
El diagnóstico diferencial también debe incluir la evaluación de condiciones neuropáticas que pueden causar dolor crónico, como el síndrome de dolor miofascial o la fibromialgia. El manejo de estas condiciones puede requerir enfoques multidisciplinarios que incluyan tratamiento farmacológico, fisioterapia y apoyo psicológico (Childress and Stuek, 2020).
Debido a la naturaleza compleja del dolor crónico, un enfoque multidisciplinario que involucre médicos, fisioterapeutas, psicólogos y otros especialistas es fundamental. Esto asegura un tratamiento integral que aborde no solo el aspecto físico del dolor, sino también las dimensiones psicológicos y sociales que pueden influir en la experiencia del dolor del paciente.
Diagnóstico diferencial
La fisioterapia ha demostrado ser una intervención eficaz en la mejora de la calidad de vida de pacientes que padecen dolor crónico. Este tipo de dolor, que se caracteriza por su persistencia y complejidad, no solo afecta la salud física del individuo, sino que también tiene un impacto significativo en su bienestar emocional y psicológico. La intervención fisioterapéutica, a través de diversas modalidades como el ejercicio terapéutico, la educación en neurociencia del dolor y técnicas de manejo de estrés contribuye a la reducción de los síntomas de ansiedad y depresión que frecuentemente coexisten con el dolor crónico (Ávila-Suárez, Garzón-García y Sánchez-Vera, 2022).
Los estudios han evidenciado que la fisioterapia no solo mejora la funcionalidad física y la movilidad de los pacientes, sino que también promueve un aumento en la autoeficacia y la autonomía. Estos aspectos son fundamentales, ya que una mayor percepción de control sobre el propio cuerpo y la capacidad para realizar actividades diarias se traduce en una mejora notable en la calidad de vida. Además, la fisioterapia puede facilitar la recuperación del suelo y la regulación del estado de ánimo, elementos que son cruciales para el bienestar general de los pacientes (Ávila-Suárez, Garzón-García y Sánchez-Vera, 2022)
Por lo tanto, la fisioterapia se convierte son una parte fundamental del tratamiento para el manejo del dolor crónico, ya que se encarga de abordar aspectos físicos, funcionales y emocionales del paciente. A continuación, se desarrollan algunas de las principales intervenciones utilizadas.
La terapia manual es una intervención ampliamente utilizada en fisioterapia para tratar el dolor crónico. Esta técnica utiliza las manos del fisioterapeuta para movilizar, manipular y masajear los tejidos blandos y las articulaciones del paciente con el objetivo de reducir el dolor, mejorar la movilidad y restaurar la función física.
Entre las técnicas de terapia manual destacan:
El masaje de tejidos bandos y la liberación miofascial ofrecen múltiples beneficios, incluyendo la reducción del dolor, la mejora la circulación y la disminución del estrés. Sin embargo, estas técnicas no están exentas de limitaciones. Por ejemplo, su efectividad puede depender de la habilidad del terapeuta y de la receptividad del paciente. Además, es importante realizar una evaluación adecuada para evitar exacerbaciones en casos de ciertas condiciones médicas como fracturas o inflamaciones agudas.
Esta técnica es un componente importante de la terapia manual dentro del campo de la fisioterapia. Estas técnicas no solo abordan los síntomas físicos del dolor, sino que también pueden tener un impacto positivo en el bienestar psicológico del paciente, aliviando el estrés y promoviendo la relajación. Es fundamental que los terapeutas estén bien entrenados y actualizados en dichas técnicas con el fin de maximizar los beneficios y minimizar los riesgos asociados.
El ejercicio terapéutico en fundamental dentro del campo de la fisioterapia para el manejo del dolor crónico. Se trata de una serie de actividades físicas específicas y controladas, diseñadas para mejorar la función física, reducir el dolor y aumentar la calidad de vida del paciente. Los programas de ejercicio terapéutico pueden incluir ejercicios de estiramiento, fortalecimiento, aeróbicos y de estabilización, todos ellos adaptados a las necesidades individuales del paciente.
Entre los Beneficios del Ejercicio Terapéutico encontramos:
Entre los Tipos de ejercicio Terapéutico encontramos:
La educación del paciente es un componente esencial en el manejo del dolor crónico, ya que, además de empoderar al paciente para que tome un papel activo en su tratamiento, sino que también mejora los resultados terapéuticos al modificar creencias y actitudes sobre el dolor. Tiene por objetivo aportar conocimientos sobre el origen del dolor, las posibles causas y las opciones de tratamiento disponibles. Esto incluye una explicación detallada de cómo el cerebro y el sistema nervioso procesan el dolor, lo que puede ayudar a los pacientes a comprender por qué a veces experimentan dolor sin una lesión aparente (Stilwell, 2019).
Podría ayudar a reducir el miedo y la ansiedad asociados con el dolor crónico un enfoque educativo, lo cual es fundamental, ya que estas emociones pueden aumentar la percepción del dolor. Según estudios recientes, la educación sobre el dolor puede resultar en una reducción significativa de la intensidad del dolor y una mejora en la funcionalidad del paciente (Louw et al., 2016)
Entre las estrategias de educación del paciente, encontramos:
Entre los beneficios que se presentan de la Educación en el Manejo del Dolor, destacamos que una educación efectiva permite a los pacientes tomar decisiones informadas sobre su tratamiento y participar de manera activa en su propio cuidado, lo cual sirve para mejorar los resultados de tratamiento y empoderar al paciente. Además, se observa una reducción de la necesidad de medicación, al entender mejor su dolor y como manejarlo, los pacientes pueden reducir su dependencia de medicamentos analgésicos, que a menudo tienen efectos secundarios significativos. También se observa una mejora en la calidad de vida del paciente, reduciendo el impacto del dolor en las actividades diarias y la función física (Kamper, et al., 2015).
La electroterapia es una terapia muy utilizada dentro del campo de la fisioterapia para el manejo del dolor, recuperación muscular y la estimulación en la curación de tejidos. Es una terapia basada en la aplicación de corrientes eléctricas de diferentes frecuencias, que tienen efectos terapéuticos específicos dependiendo de la naturaleza del dolor o disfunción a trabajar. Las técnicas de electroterapia se pueden clasificar de muchas maneras, la más común es las agrupadas según la frecuencia utilizada:
Las corrientes de baja frecuencia se utilizan principalmente para el alivio del dolor y la estimulación neuromuscular. Entre los tipos más utilizados se encuentran:
Las corrientes de media frecuencia son eficaces cuando se utilizan en el tratamiento del dolor y la estimulación muscular, además, tienen la capacidad de profundizar más y generar menor incomodidad en comparación con las de baja frecuencia. Algunas de ellas son:
Este tipo de electroterapia abarca un rango de frecuencias que va desde los 10.000Hz hasta varios millones de Hz. Se utiliza con el fin de producir efectos térmicos y no térmicos en los tejidos, con el objetivo de favorecer la regeneración y cicatrización y aliviar el dolor. Son capaces de generar calor profundo e los tejidos, lo cual puede ser beneficioso en una variedad de patologías. Se pueden diferenciar:
A diferencia de las corrientes anteriormente descritas, las corrientes de alta frecuencia pueden penetrar profundamente en los tejidos, lo que permite un calentamiento más efectivo de los músculos y las articulaciones profundas, lo que permite una relajación muscular y reducción del dolor también más afectiva.
Las ondas de alta frecuencia estimulan la regeneración tisular y la cicatrización de heridas, lo que puede acelerar significativamente el proceso de recuperación de diversas lesiones (Watson, 2000)
Ambas terapias son fundamentales dentro del manejo integral del dolor crónico. Estas técnicas tienen por objeto mejorar la funcionalidad de músculos y articulaciones, reducir el dolor y promover el bienestar general del paciente, aliviando el estrés y la tensión acumuladas.
Entre las terapias de movimiento podemos destacar:
Intervenciones fisioterápicas
El manejo del dolor crónico es un desafío complejo que requiere la intervención coordinada de diferentes especialidades. Un enfoque multidisciplinario, que integra diversas áreas del conocimiento y la práctica clínica, se ha convertido en la pieza fundamental para tratar el dolor crónico. No solo se aborda el dolor desde una perspectiva física, sino que también aborda los aspectos emocionales, psicológicos y sociales que lo acompañan.
El equipo multidisciplinario para el manejo del dolor crónico incluye profesionales de distintas áreas:
El éxito de un enfoque multidisciplinario depende de la coordinación y comunicación fluida entre los miembros del equipo. Reuniones regulares para debatir los casos de los pacientes permiten a cada profesional ofrecer su perspectiva y contribuir al desarrollo de un plan de tratamiento integral e individualizado.
Entre los beneficios de este enfoque destaca el tratamiento integral, mejora en la calidad de vida, disminución del uso de medicamentos y empoderamiento del paciente. El abordar el dolor desde diversos ángulos, se mejora la efectividad del tratamiento. Por lo tanto, no solo se trata el dolor físico, sino también el dolor emocional, social y psicológico que lo acompaña. También podemos reducir la dependencia de analgésicos, especialmente opioides, al ofrecer otras alternativas ya comentadas. La educación sobre el dolor y la participación en el tratamiento permite que los pacientes tengan mayor control sobre su condición, lo que ayuda a reducir la ansiedad y mejorar la adherencia al tratamiento (Blanco-Naranjo, Chavarría-Campos y Garita-Fallas, 2021).
Estudios recientes han demostrado que los programas de rehabilitación multidisciplinar son más efectivos para mejorar la función y reducir el dolor comparado con los tratamientos unidimensionales (Ruiz-Romero et al., 2023).
Enfoque Multidisciplinario
El tratamiento basado en la evidencia (EBP por sus siglas en inglés) es un enfoque clínico que integra la mejor evidencia científica disponible con la experiencia clínica del fisioterapeuta y las preferencias del paciente. En el contexto del dolor crónico, el EBP se ha convertido en un estándar fundamental para asegurar intervenciones efectivas, seguras y personalizadas.
El EBP se basa en la revisión y aplicación de investigaciones científicas actuales y rigurosas. La selección de técnicas y modalidades de tratamiento deben estar fundamentadas en estudios clínicos bien diseñados, revisiones sistemáticas y guías de práctica clínica. Esto asegura que las intervenciones utilizadas sean aquellas que han demostrado ser efectivas en estudios controlados.
La experiencia y el juicio clínico del fisioterapeuta son fundamentales. La habilidad de interpretar la evidencia científica y adaptarla a las necesidades individuales del paciente es fundamental. Esto incluye ajustar el tratamiento según la respuesta del paciente y manejar situaciones en las que la evidencia científica es limitada o no está disponible.
Por otro lado, es clave considerar preferencias, valores y circunstancias del paciente. La toma de decisiones compartidas, donde el paciente participa en la planificación de su propio tratamiento es muy beneficioso para asegurar que las intervenciones se acepten y se sigan por parte del paciente.
Además, es fundamental realizar seguimientos continuos del progreso del paciente y ajustes del tratamiento según sea necesario. La evidencia basada en la práctica, es decir, la respuesta del paciente a distintas intervenciones también es parte del proceso de toma de decisiones de los tratamientos basados en la evidencia.
La terapia manual, en particular el masaje, ha sido objeto de diversas investigaciones en el contexto del manejo del dolor crónico. Un análisis exhaustivo de 49 revisiones sistemáticas realizado por Miake-Lye et al., (2019), ha revelado que, aunque existen indicios de beneficios potenciales, la calidad de la evidencia es variable y, en muchos casos, se clasifica como de bajo a muy bajo nivel de certeza.
En el caso del dolor lumbar, se ha documentado que el masaje es superior a los controles inactivos en el corto plazo, y también muestra ventajas en el seguimiento a largo plazo en comparación con controles activos (Miake-Lye et al., 2019).
Sin embargo, la efectividad del masaje para el tratamiento de otros tipos de dolor musculoesquelético, como el dolor cervical o dolor oncológico, presenta resultados más difusos. Por ejemplo, un estudio específico sobre masaje terapéutico encontró que, aunque este tipo de intervención fue superior a la ausencia de tratamiento en algunas comparaciones, los resultados generales fueron considerados inconclusos, con un nivel de evidencia muy bajo (Lewis y Johnson, 2006; Ezzo et al., 2007).
Es importante señalar, que, pese a que la gran parte de los resultados no mostraron indicios adversos graves asociados a la terapia manual, se observó que un porcentaje de participantes experimentó un aumento en la intensidad de dolor, lo que sugiere que la aplicación de estas técnicas debe realizarse con precaución y bajo la supervisión de profesionales capacitados (Miake-Lye et al., 2019).
Por otro lado, estudios recientes han demostrado que el ejercicio terapéutico y la terapia cognitivo-conductual son efectivos para el manejo del dolor crónico, lo ue apoya su inclusión en programas de tratamiento multidisciplinarios (Hayden et al., 2021). Además, se ha observado que la realización de ejercicios de alta intensidad en personas con dolor lumbar crónico parece mejorar la calidad de vida de los pacientes y reducir la discapacidad y la intensidad del dolor (Fernández-Lorenzo, Pértega-Díaz y Sobrido-Prieto, 2023).
El ejercicio terapéutico no solo alivia la intensidad del dolor, sino que también mejora la función y reduce la discapacidad en pacientes con dolor lumbar crónico. Es capaz de aliviar el dolor desde la primera sesión y es más efectivo cuando se aplica como parte de un protocolo multimodal que incluye varias intervenciones. Además, se destaca que el ejercicio debe ser individualizado y supervisado por un fisioterapeuta para maximizar los resultados (Guevara-Hernández et al., 2023)
Con respecto a la estimulación nerviosa transcutánea en el manejo del dolor crónico, gran variedad de estudios analizados demuestra la eficacia del TENS para alivio del dolor crónico, incluso a medio y largo plazo (Barcia-Mejía et al., 2020).
También, con el uso de TENS se consigue mejorar la fatiga, mejorar la calidad de vida, y, en comparación con los fármacos, es una intervención económica y de fácil uso, con pocos eventos adversos (Arce-Gálvez y Rodríguez-Vélez, 2021).
Aspectos del EBP
El manejo del dolor crónico dentro del campo de la fisioterapia enfrenta diversos temas que requieren enfoques innovadores y un compromiso continuo con la mejora de la práctica clínica. Al mismo tiempo, existen perspectivas futuras prometedoras que pueden transformar el tratamiento y la calidad de vida de los pacientes.
El dolor crónico es una condición compleja y multifactorial que varía ampliamente entre los pacientes. Esta heterogeneidad dificulta mucho la creación de protocolos de tratamiento estandarizados y efectivos para todos los pacientes. La fisioterapia debe adaptarse a esta variabilidad, lo que requiere una personalización precisa del tratamiento basado en la evaluación individual de cada paciente (Kamper et al., 2015).
Por otro lado, aunque el enfoque multidisciplinario ha demostrado ser eficaz, su implementación efectiva sigue siendo un desafío. La coordinación entre distintos profesionales de la salud es fundamental, pero también difícil de lograr en la práctica clínica debido a barreras organizativas, de comunicación y de recursos.
Se ha observado que un gran porcentaje de pacientes con dolor crónico no recibe un tratamiento médico adecuado, lo que puede deberse al sobre o subtratamiento. Además, la pandemia de SARS-CoV-2 ha exacerbado estas dificultades, creando más barreras para acceder a la atención necesaria (Strand et al., 2022).
Con el avance en medicina personalizada, se espera que el tratamiento del dolor crónico se adapte más a las necesidades individuales de cada paciente. La evolución de tecnologías en medicina del dolor, como la neuromodulación y técnicas quirúrgicas mínimamente invasivas, prometen mejorar la capacidad de los médicos para tratar el dolor de manera más precisa y efectiva. Además, la integración de equipos multidisciplinarios es fundamental para abordar el dolor crónico de manera efectiva (Strand et al., 2022).
A pesar de la evidencia de que la fisioterapia es efectiva para el dolor crónico, el acceso al tratamiento y la adherencia a los programas terapéuticos son limitados para muchos pacientes. Factores como el costo, la falta de cobertura de seguros, las largas listas de espera y las barreras geográficas y logísticas contribuyen a esta problemática.
El avance en investigación es innegable, sin embargo, existen áreas donde la evidencia aún es insuficiente o controvertida, como en la afectividad comparativa de diferentes modalidades terapéuticas. Además, la transferencia de la investigación a la práctica clínica es a menudo lenta, lo que retrasa la adopción de nuevas estrategias de tratamiento.
Por otro lado, la telemedicina y las intervenciones digitales están ganando relevancia en la fisioterapia. Estos enfoques permiten un acceso mucho más amplio del tratamiento, especialmente en áreas menos accesibles o para pacientes con movilidad reducida. Además, las aplicaciones móviles y otras tecnologías digitales ofrecen la posibilidad de seguimiento en tiempo real y apoyo constante, mejorando la adherencia y los resultados terapéuticos.
No hace falta destacar lo fundamental que es la educación continua por parte de todos los profesionales de la salud. Diferentes programas de formación avanzada que integren los últimos avances en investigación y tecnología permitirán a los profesionales estar mejor equipados para manejar casos mucho más complejos de dolor crónico.
Para superar las limitaciones actuales, también es necesario una mayor investigación entre diferentes disciplinas. Aquellas investigaciones que integran perspectivas de distintas áreas, como medicina, psicología, neurología, fisioterapia, entre otros, pueden ofrecer diferentes enfoques para el manejo del dolor crónico.
A lo largo de la historia, el entendimiento del dolor ha pasado de teorías unidimensionales, como la Teoría de la Especificidad, que proponía un camino directo entre la lesión y la percepción del dolor, a teorías más complejas multidimensionales.
Se concluye que el dolor es un fenómeno extremadamente complejo que involucra no solo la activación de nociceptores o la intensidad del estímulo, sino también la modulación por parte del sistema nervioso central.
La modulación del dolor, especialmente en el dolor crónico, es clave para su manejo. Métodos como la estimulación nerviosa transcutánea (TENS), el ejercicio terapéutico y la terapia cognitivo-conductual han mostrado ser efectivos en reducir la percepción del dolor y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Estos tratamientos subrayan la importancia de enfoques multimodales y personalizados.
Factores psicológicos, como el estrés, la ansiedad y las expectativas del paciente, juegan un papel crucial en la perpetuación del dolor, especialmente en el dolor nociplástico. Esto indica la necesidad de intervenciones que no solo traten el aspecto físico del dolor, sino también sus dimensiones psicológicas y sociales.
Los tratamientos efectivos del dolor crónico, como el dolor lumbar, requieren un enfoque multidisciplinario que combine terapias físicas con soporte psicológico. Este enfoque permite no solo el alivio del dolor, sino también la mejora funcional y la reducción de la discapacidad asociada
Aunque se han realizado avances significativos en la comprensión del dolor, aún queda mucho por explorar, especialmente en lo que respecta a las interacciones complejas entre el sistema nervioso central y los factores psicosociales en la modulación del dolor. La investigación continua es esencial para desarrollar tratamientos más efectivos y comprensivos
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